Cada persona desde antes de nacer tiene derecho a una familia. Esto es así porque necesita desarrollarse en todas las dimensiones propias del ser humano. Desde lo biológico tenemos parámetros que nos permiten darnos cuenta de qué nos está faltando y podemos poner los paliativos alternativos.
Para desplegarnos psicológicamente necesitamos la interacción afectiva; precisamos vivenciar la experiencia de un padre y de una madre que vivan la complementariedad en su diversidad. Cuando percibimos la entrega mutua de los padres sentimos la seguridad para aceptarnos tal como somos y estamos animados por la esperanza de que podemos superarnos en las dificultades.
Espiritualmente crecemos cuando nos sentimos amados incondicionalmente y para siempre. Entonces tenemos la capacidad para la alegría. Cuando nos sentimos dentro del centro del corazón de quien nos ama, podemos desplegar una vida nueva que nos da una fuerza infinita para cambiar cada realidad que nos circunda.
Necesitamos de una familia que nos proponga el prototipo de la vida social, donde aprendamos a respetar y a valorar al otro. En el ámbito familiar cada uno se siente valorado por ser persona. No se le pregunta qué ha hecho o qué títulos tiene. La familia es el modelo de toda relación comunitaria. Cada uno da lo que puede y se es solidario con quien más necesita.Entiende el perdón como una forma de aplicar la justicia.
Las posibilidades que tiene la familia son únicas e intransferibles, sólo ahí se vive el concepto integral de unidad, de compromiso, de intimidad, de alteridad, de entrega y de amor.
La familia es el lugar de la felicidad desde el momento que se saben poner los límites que crean el marco de una ética de la libertad. Cuando se recorre este camino hecho de proyectos y renuncias se puede decir que caminamos hacia la plenitud.
Para que la familia sea educadora es preciso que el padre y la madre vivan en una sintonía de amor, que expongan de forma clara a los hijos un modelo a seguir. Este esfuerzo sobre sí mismos es la fuente misma de la felicidad y de amor conyugal. La única educación (social, sexual, etc.) válida para los hijos es la misma vida de amor de los padres.